RUTA 4 - 2º curso
COLLADO JERMOSO
Fecha: 17-10-2014
Componentes de la expedición:
Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, C. Felipe, Mª
Eugenia, Ricardo, Ramón y Joaquín.
¡
Vaya madrugón¡. Eran las 7:15 h. de
la mañana, el cielo exhibía un
ostentoso negro azabache, el pueblo de Mansilla de las Mulas dormía, salvo algún
peregrino que desayunaba en el bar “la Fábrica”.
Los impetuosos montañeros subieron a los coches que, raudos, se encaminaron hacia los Picos
de Europa.
Los somnolientos viajeros abrían
los legañosos ojos para vislumbrar los árboles, las
laderas, las montañas que, progresivamente, iban apareciendo, al esconderse las
tenebrosas sombras de la noche
ahuyentadas por la parsimoniosa
luz del alba.
Sin pérdida alguna de tiempo, llegamos
al pueblo de Cordiñanes a las nueve.
Allí se incorporaron Ramón y Joaquín, dos apreciados, admirados y temidos montañeros
que ya nos han acompañado y guiado,
ocasionalmente, en otras rutas.
Después de
pertrecharnos de los atavíos y alimentos
necesarios para una dura y larga ruta y de saborear el exquisito bizcocho que nos
ofreció Mariví, iniciamos la marcha.
Desde detrás
de la casa del pueblo más cercana a la montaña, rodeada de unos majestuosos
nogales cuyo fruto no pudimos probar
porque estaban diligentemente vigilados por su dueña, sale al NE un
camino que pronto se abandona. Un gran hito nos
dirige hacia una senda bien marcada (Senda o Vereda de la Rienda).
Al
comienzo de la senda hacemos la foto de salida y animamos a Ricardo
que, aunque está brioso, desconfía de su resistencia ya que está
desentrenado porque es su primera ruta
de este año.
La senda,
zigzagueando, sube y sube por la misma roca
por pasos tallados en la piedra por la mano del hombre. Surge el vértigo
y hay que pisar con atención ya que la
roca está mojada. La senda remonta bordeando
una fuerte pendiente , parece que no tiene salida en su parte superior pues se
dirige directamente a una pared que le cierra el paso, pero luego gira a la
izquierda y cruza por un estrecho paso excavado entre la pared y el precipicio
que se abre a nuestros pies. Pronto se culmina un pequeño collado (Canto de la Rienda) desde donde
se pueden contemplar impresionantes vistas del Macizo Occidental,
sobre todo la majestuosa Peña Santa.
A los 45 minutos después de la salida, con el cielo
aún gris , aunque el sol ya brilla en
los altos picos del Macizo Occidental ,
y el sudor surcando nuestras frentes, la
senda nos interna en un precioso
bosque de hayas. Las ocres hojas
caídas alfombran el suelo y las que, todavía, visten las sarmentosas ramas mezclan el color
verde con el amarillo mostaza y con el
rojo tenue como si fuera un calidoscopio. Diseminados, distinguimos algún roble y algún
serbal. Siguiendo el ascenso por la senda del bosque otoñal, salimos del arbolado y avistamos las estribaciones de Torre Friero cuya
pedrera se desmelena vertiginosa a nuestra derecha.
Luego alcanzamos la pradera o Vega de Asotín), a 1.450 m.., una pequeña pradera encerrada entre impresionantes
calizas y desde donde se ve, al norte, Peña Santa de Castilla (2540 m) y, al sur, El Friero
que, con su plateada caliza nos protege.
Una vez aquí nos desviamos a la izquierda siguiendo un cartel indicador para
acometer la subida al collado Solano.
Aunque, según información meteorológica, iba a hacer
un día espléndido, tenemos que buscar el cobijo de las rocas para, a su abrigada, protegernos del frío viento, tomar resuello y
beber un poco de agua. La ascensión ha sido
dura, sobre todo para Ricardo que lleva meses encerrado en el Insti
haciendo horarios y organizando el comienzo de curso y ha descuidado el
gimnasio. También, en contra de su costumbre, Elisa va a la zaga, una terrible
jaqueca la tortura pero ella, dura como un roble, no se rinde.
El lugar es precioso para descansar
ampliamente, pero nos queda un largo trecho. Joaquín, que va abriendo el grupo,
nos espera en una vereda, a la
izquierda, bien marcada con hitos, que sube por el Collado Solano. Otros 30 minutos de espinosa subida hasta que alcanzamos la cumbre.
Algunos
creíamos
que ese era nuestro destino pero, Antonio nos comunica que debemos
continuar. Encaminamos nuestros pasos hacia la derecha y transitamos, en
fila
india, por las Traviesas de Congosto.
Hacia media travesía, bajo el precipicio sobre el que se asienta el refugio,
hacemos un receso para reagruparnos, tomar un pequeño aperitivo y reponer
fuerzas para afrontar el último y más peliagudo repecho, el Argayo Congosto, que según Antonio, nos conducirá al refugio.
Ramón, Mariví
y Joaquín, se ponen a subir sin apenas alzar la vista. Los demás alzamos la
vista y resoplamos pero,…… ya no hay marcha atrás. Así que iniciamos la
esforzada y ardua ascensión La pendiente es pindia y la roca está mojada y
resbaladiza, hay trechos en los que hay
que prescindir de los bastones y agarrarse con las manos a las peñas, pero para eso nos habíamos entrenado subiendo
el Peña Ubiña…..¿no?
Después de las primeras rampas, M. Ángel, que
ve la oportunidad de que, a cambio de su ayuda, Ricardo le quite una guardia,
se pone a su vera, le acompaña Antonio que
no olvida los tiempos en que Ricardo fue su pupilo. Le prestan los
bastones y uno delante y otro detrás le alientan constantemente y, en
ocasiones, le echan una mano para sortear las resbaladizas rocas o para estirar sus pétreos músculos. El momento crítico fue hacia mitad de la
pendiente cuando le sobrevino una pájara
morrocotuda, se le agarrotaron los cuadriceps y, según él, casi no podía caminar e, incluso,
comenzó a pensar en el helicóptero pero, con tiempo y la ¿desinteresada? ayuda alcanzó la cumbre como
un titán.
Como era
de esperar, ayudados unos por otros, todos conseguimos alcanzar el refugio
ubicado en la Torre
Jermosa (2.100m.). Era, aproximadamente, la una.
Como el
tiempo seguía desapacible en lo alto, la mayoría nos cobijamos en el
salón-comedor de refugio y saboreamos los bocatas que llevábamos y la cerveza
y el café que, en el refugio, nos sirvieron. Había hambre, cansancio y pocas ganas de hablar y de
bromas…… a no ser las de Goyo que, ante las quejas de uno y otros de para qué se habían puesto la crema de
protección, pronosticó:
-"Tranquilos
que a pesar de la crema y de la falta de
sol….¡ alguno va a bajar de aquí negro ¡"
Mientras
nosotros consolábamos nuestros estómagos, el perezoso sol venció a las tenaces nubes, iluminó las plateadas
rocas y caldeó el ambiente. A la salida del refugio pudimos admirar el Llambrión
(2.642 m.),
la Palanca
, Peñalba, Torre Friero, verdaderamente un luminoso paisaje lunar…
Con el
sol bronceando nuestros rostros y
desprendiendo un fulgor envidiable, emprendemos
el regreso por el camino de la
Vega de Liordes, más largo pero más cómodo.
Alegres y
decididos, olvidadas las hazañas matutinas y, conducidos por la “ Cabra Alfa”
que ya se había repuesto de las migrañas matutinas, subimos y bajamos las cinco colladinas, vigilados por Llambrión,
la Palanca
, Peñalba, La Padiorna, Torre Friero…. Siguiendo un
sendero perfectamente señalizado y
transitable llegamos a un desvío que señaliza la senda a La
Vega de Liordes o a
Cordiñanes, tomando la dirección de la
derecha, nos dirigimos de nuevo a
Cordiñanes por la Vega
de Asotín.
Es verdad que hasta llegar a la Vega de Asotín, donde hicimos
un receso para merendar, tuvimos que
bajar por pindios pedreros, pero, con cuidado, sorteamos a buen ritmo
las dificultades mucho más suaves que las de la mañana.
Finalmente, disfrutando, de nuevo, del otoñal hayedo
y sufriendo en el descenso del desfiladero de la Rienda, llegamos a
Cordiñanes a las siete de la tarde, después
de nueve horas de una dificultosa pero hermosa ruta.
Después de despedirnos de Ramón y Joaquín que
todavía tenían ganas de ir a buscar setas, café en Posada de Valdeón, baño de
hidromasaje para Ricardo, cena en Mansilla de las Mulas y despedida hasta el
día 25 que subiremos a Las Pintas.
C. Felipe
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