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miércoles, 23 de diciembre de 2015

ruta 10. Curso 3º. Peña Portilla

RUTA 10. CURSO 3º
PEÑA PORTILLA
23/12/2015

Componentes de la expedición: Mariví, Antonio, (La perrita Blaky), Miguel Ángel, Elisa, Queti, César Felipe y José Antonio.




             El día  se presentó gris y nublado, pero, para estrenar las esperadas vacaciones navideñas, nos levantamos temprano y después de tomar  un café y unos churros calentitos en la churrería de la Magdalena, nos dispusimos a conquistar “Peña Portilla” o  el “Alto de la Viesca"(1828m)

         A las 9:00 h. de la mañana, con el sol escondido entre la pegajosa bruma, nos encontrábamos los “locos” habituales, en Piedrasechas. Pasamos lista y echamos en falta a Mª Eugenia,  que a esas horas estaría soñando con los suspensos de la primera evaluación. También faltaba Urbano, pero él tenía firmado el correspondiente permiso del  exigente guía porque ese día tenía que darle la primera lección de castellano a su nieto Paul.





         Afortunadamente, las bajas se suplieron con la presencia del “esperado” J. Antonio, el Jefe  administrativo del i.e.s, que había amenazado muchas veces con unirse al grupo pero que, hasta hoy, no nos había sorprendido con su presencia.







         Preparados para la marcha, con la bruma invernal escondiendo las altas montañas, iniciamos, por camino marcado  entre  amplias praderías, la ruta  en dirección a Portilla de Luna. Queríamos explorar una nueva ruta de ascensión, pues ya la habíamos subido, hace dos años, atravesando los  “Calderones” antes de comenzar la ascensión.

         La llegada  a Portilla fue anunciada por cancerberos ladradores que, con cara de pocos amigos, merodeaban alrededor de Blacky que, con el rabo entre las patas, buscaba refugio entre las piernas de Mariví. Un madrugador lugareño nos avisó que habíamos escogido un mal día para la ascensión y que tuviéramos cuidado no nos perdiéramos.

         

         Siguiendo un amplio camino llegamos a la escombrera de una cantera. Luego, ascendiendo, prácticamente a ciegas, por un  enmarañado sendero hecho por el ganado y escondido entre las altas escobas, nos topamos con un infranqueable muro de roca que nos obligó a virar hacia la izquierda y  buscar la subida por un sitio menos peligroso.  

    
 
 
         Mientras bordeábamos la roca, pensábamos en el ¡sabio consejo¡  del lugareño y lamentábamos el no haberle hecho caso. La espesa niebla empañaba las gafas y nublaba los ojos. Las fuerzas iban flaqueando. Eran las 12: 30 h.
 

         Al abrigo de una rústica cueva de pastores excavada en la roca, repusimos fuerzas comiendo los frutos secos y el frugal bocadillo de  media mañana. Repuestos, continuamos la ruta hasta que hallamos el marcado camino de la ascensión que  nos  llevó a la cumbre.
          



Aunque hicimos cumbre, el gozo no fue pleno porque la espesa niebla ocultaba las espectaculares vistas que desde este enclave se pueden divisar. Así que, decidimos subir de nuevo cuando el tiempo sea más propicio y  visitar también las cercanas trincheras defensivas republicanas.

          
 


 Con viento fresco y con la bruma envolviéndonos, iniciamos el descenso. La ruta ya era conocida, pero era muy empinada y resbaladiza. Esto propició que J. Antonio ensayase, repetidas veces, la forma de descender,  con las posaderas apoyadas en el suelo, de forma más rápida y alguno/a, de los más experimentados, lo imitasen para que no se llevase él todos los honores.


         Llegamos al valle, que estaba triste y desangelado, pero lo recordamos  engalanado de diversos y variopintos colores otoñales cuando los amarillos suaves se mezclaban con los verdes aceituna, los bermejos se incrustaban en los blancos, produciendo un esplendido desfile de elegancia, colorido y esplendor otoñal.
 


 
         El camino cenagoso nos condujo al “desfiladero de los Calderones”. Primeramente acompañando al rumoroso río, luego, en lento descenso por el cauce del río escondido, admiramos las gigantescas paredes verticales que en las alturas se contorsionan y casi llegan a abrazarse. Tanteamos, con las frías manos, las resbaladizas rocas que lo pueblan para evitar las caídas y, de  esta forma, llegamos al final del angosto desfiladero  y nos encontramos, de nuevo, con el cantarín  y naciente río que tenemos que ir vadeando hasta llegar a la “Fuente del Manadero”.  

Después de  acicalarnos, en la medida de lo posible,  nos  despedimos de José A. y Mariví que tenían otras obligaciones que atender y, el resto, nos dirigimos a Pandorado, donde nos esperaba una apetecida comida.

Entre pláticas  y risas, paladeamos la pitanza y  saboreamos el vino.

Al atardecer nos encaminamos a Lorenzana donde nos reunimos a tomar, con Julio y Nicole, un vespertino café y desearnos ¡felices fiestas navideñas¡

C. Felipe

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