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domingo, 17 de abril de 2016

Ruta 22.Curso 3º. Canseco-Redilluera.



RUTA  22. CURSO 3º
CANSECO- REDILLUERA
Fecha: 17-04-2016

Componentes de la expedición:

Antonio, Mariví, Elisa, Goyo, C. Felipe, y la perrita Blacky.


         


         No sé si por pereza, por problemas de salud o por miedo  a las torrenciales lluvias, me imagino que de todo habrá, un diezmado grupo inició, con una mañana más otoñal que primaveral, la acostumbrada marcha , esta vez, no del sábado, sino del domingo.



         El cielo, con sus negras y algodonosas nubes, amenazaba con el diluvio, lo que no impidió que el grupo, no sé si de valientes o de  insensatos, decidiese, en el acostumbrado café matutino que sirve para calentar motores en Matallana del Torío, cambiar la ruta y, en vez de subir el Bodón, que se había cubierto de nieve durante la semana, hacer la ruta de Canseco a Redilluera porque  era más llana.



         A las 9:30 horas de la mañana, nos recibió, en el adormecido, desértico y triste pueblo de  Canseco, el ladrido  afónico de un imponente mastín y la mirada lánguida de un burro grisáceo. No tuvimos dificultad para aparcar, las solitarias y húmedas calles estaban a nuestra disposición. Dejamos los coches, a la vera de la señorial casona que preside la plaza, nos calzamos las botas, nos enfundamos en las cazadoras e impermeables y comenzamos el recorrido.



         Una llovizna delicada nos acompañó al principio, pero luego se diluyó y, como la temperatura era agradable, transitamos por un amplio camino, al lado del ruidoso río, sin gran dificultad.





         Después de media hora caminando, tuvimos que  hacer ejercicios de salto de longitud o de arriesgado equilibrio para franquear  un desbocado arroyuelo que, desmelenado y pletórico de agua, huía de los cerros.

        

         Continuamos la marcha, pisando las empapadas, blancas y blandas sábanas que, a trechos, adornaban la cara norte de las colladas. Contemplamos los pacientes burros y yeguas que rasgaban la incipiente hierba de las  extensas praderías. Escuchamos los, aún, tenues cánticos de los mirlos y, sin pensarlo, subiendo una pequeña pendiente resbaladiza y pantanosa, alcanzamos la collada que separa la vertiente del Curueño y del Torío.




         Desde allí, pudimos vislumbrar, en el seno del valle, a Redilluera, pero la niebla abrigaba la cumbre del Bodón y la ocultaba de las miradas lascivas.

         Como nos imaginábamos que la bajada hasta Redilluera iba a suponer pisar un constante lodazal y no habíamos ascendido mucho, Antonio decidió girar a la derecha y afrontar la subida pindia de un montículo cuya cresta nos desafiaba. Emprendimos, animosos, la escalada y, entre blancas briznas de nieve que comenzaron a caer, lo coronamos.



         Allí repusimos fuerzas  e iniciamos la bajada. Nos deslizamos, con cuidado, por la pindia ladera cubierta, aún, de nieve acuosa. Apenas resistía las sutiles pisadas de las dos gacelas que nos acompañaban. Así que, los pesos pesados del grupo tuvimos que hacer maniobras para no sucumbir sepultados.



         Pasado el riesgo de la nieve, alcanzamos de nuevo los prados cenagosos y anegados. Sin miedo a mojarnos, cruzamos prados y ruidosos arroyos que bajaban desbocados  por cualquiera de las canales que surcan la montaña. La nieve de la cumbre, las incesantes lluvias y el calor convertían el, normalmente, silencioso valle en un bullicioso recinto de conciertos.

         Efímeros rayos de sol que, a veces, asomaban entre las nubes, alegraron el rápido descenso y, a las 14:00 horas, después de 4 horas de agradable caminata, nos recibió, para ahorrarnos la ducha, un nubarrón que comenzó a llorar desconsoladamente.

         El día estaba hecho. Cervecita en Cármenes. Pulpo a la brasa y exquisita carne de buey en “Los Argüellos” de Almuzara. Gin-tonic en San Feliz. Buena compañía y rumboso ánimo para afrontar una nueva semana.

         ¡ Fue una pena que nos olvidásemos de la misa, era domingo¡

         Felipe




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