RUTA13. CURSO 3º
PEÑA LA VERDE
Fecha: 16-1-2016
Componentes de la expedición:
Antonio, Mariví, Elisa, Goyo, Queti, C. Felipe, Miguel Ángel, Mª
Eugenia, Cesar Trobajo, Guti, y (La perrita Blacky).
En una mañana de enero, inusualmente, tibia y soleada, dejamos los coches cerca de Nocedo. Sin tiempo para calentar ni
ajustar los bastones, a la primera indicación de Antonio, el numeroso grupo
expedicionario torció hacia la izquierda
de la carretera y se adentró en una senda marcada que surcaba un amplio,
risueño y sombreado valle.
A la izquierda, si alzábamos la vista
hacia el cielo azul, veíamos cómo nos escoltaban los majestuosos picos de Peña Valdorria, engalanados de un blancor refulgente como el
vestido de una novia. A la derecha, nos amparaban y sombreaban unas majestuosas
y claras rocas. Al fondo, las aguas de un rumoroso riachuelo entonaban los trinos primaverales propios del deshielo.
Con paso ágil, fuimos subiendo hasta
situarnos a media ladera. Aunque la senda no era muy pindia, pronto empezaron a
sobrar las prendas de abrigo y tuvimos que desechar las abrigadas
cazadoras. Saliendo de la zona sombreada, un sol resplandeciente y
cegador nos invitó a hidratarnos y a contemplar, pausadamente, el inusitado
verde manzana primaveral, insólito para estas fechas, del valle poblado de
arbustos desnudos y de ágiles y saltarines corzos que, olfateándonos, huían raudamente montaña arriba.
Blacky corría incansablemente; tan
pronto encabezaba la expedición, como volvía a la cola buscando a Goyo y César
que venían haciendo pactos de gobernabilidad.
El bien tiempo era hoy nuestro aliado,
así que, sin titubeos, emprendimos el ascenso definitivo a la peña Verde. Viramos a la derecha y, asentando bien
los pies en la escasa y dura nieve que
jaspeaba las rocas, fuimos ascendiendo, escalonadamente, a veces con miedo y
con ayuda, las rocas escondidas entre frías sábanas blancas.
¡Cuántas cosas nos contaría Mª Eugenia al respecto.¡
Casi
en la cumbre, aprovechamos un rellano para
el reagrupamiento, reponer fuerzas, descansar, distinguir las lejanas
construcciones de la “venta del
aldeano”, los rojizos tejados de Valdeteja y hacer el consabido reportaje
fotográfico.
Animados por la cercanía de la cima,
pisando la nieve virgen, coronamos la
cima y, desde allí, admiramos los blancos y nítidos picos de lejanas cumbres:
El Bodón, Las Pintas, Los Mampodres, Peña Santa, Peña Corada, El Espigüete … ¡
Qué sosiego, belleza y optimismo da la montaña¡
Sin pérdida de tiempo, iniciamos una bajada frenética, sobre
todo Guti, que encabezó el descenso hasta
llegar al valle. Allí, mientras nos reagrupábamos, se inició una frenética batalla de bolas de nieve que nos obligó a enfundar de nuevo
los guantes y a ocultar la cabeza bajo
el ala o las cazadoras. Siguiendo el
valle que conduce a Valdeteja, llegamos a la carretera y, con paso ligero, nos
encaminamos hacia los alejados coches.
Aunque Goyo y Felipe se ofrecieron a
hacer un pequeño maratón y venir con los coches a recoger al resto del grupo,
no hubo buen entendimiento y, además, no se tuvo en cuenta que el número de
expedicionarios era mayor que el número de asientos de dos coches. El favorable
propósito no tuvo el final deseado, sino ¡que se lo pregunten a Goyo¡ que, sin
comerlo ni beberlo, soportó,
estoicamente, las iras de la “cabra alfa”.
Hambrientos, fuimos a comer a la “venta
del aldeano”. Las positivas experiencias anteriores animaron la elección, pero,
en esta ocasión, las expectativas fueron defraudadas. Los garbanzos estaban
aguados, la carne de buey poco pasada, el rodaballo era pequeño y los postres
no eran lo que fueron no hace mucho¡decepción¡.
¡Menos mal que el vino animó el resto de este rumboso día que
finalizó con unos cafés y una animada
tertulia en San Feliz, intentando
recomponer este desolado país¡
¡Que la próxima sea tan propicia como
esta¡
Felipe
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